Con la mirada limpia

“El Señor se volvió y miró a Pedro,
y recordó Pedro las palabras del SeñorLc 22, 61

Recuerdo haber llegado a vivir a una casa nueva, lejos de mi tierra. Me recibieron con mucho cariño. Me mostraron la habitación y, luego, recorrí los distintos lugares. Al lado de la casa había un patio. Di varios paseos contemplando la rica vegetación. En unos de los rincones perdidos había nacido una planta que ya estaba grande y tenía unas flores preciosas de color violeta rosáceo.

En el almuerzo me preguntaron por mis primeras impresiones. Les comenté lo linda que era tal plantita. Uno de los comensales me contestó que llevaba allí treinta años y que no recordaba haber visto esa planta nunca. Intenté explicarle dónde estaba situada, de qué color eran las flores… pero seguía sin percibir qué flores podían haber llamado mi atención.

Al terminar el almuerzo fuimos a pasear por el patio y a ver la misteriosa planta.

— ¡Ah! Sí, esa nació ahí, pero es muy común en estas tierras, ni me había dado cuenta de que estaba— comentó el anfitrión. Había pasado al lado de ella centenares de veces, pero nunca la había visto.

Así haces tú y así hago yo cuando tomamos el Evangelio con esa actitud, cómoda y soberbia: «Bueno, ya sé lo que dice, ya conozco la vida de Jesús, no voy a aprender nada nuevo, me voy a leer otro libro que me enseñe algo distinto y novedoso».

Recuerdo que ese amigo fue viendo más cosas. Luego, se dio cuenta de que en el patio había muchos pajaritos, muchas mariposas, muchos olores de las flores… Siempre habían estado ahí, pero él no los había notado. Se había acostumbrado, tenía los ojos empañados por el tapiz negro de la rutina.

Limpiar la mirada es una condición indispensable para poder entender la Palabra de Dios. De otra manera, no podrás ver lo que Jesús tiene preparado para ti. Purifica tus ojos con el colirio de la fe. Pídele con humildad a Jesús lo de aquel ciego que se le acercó en el Evangelio: «Señor, que vea».

Vaciar el contenido

Josecito viene todos los días a verme, aunque sólo sea unos minutos para saludarme. Ahora ha cumplido un añito y ya camina. Como todo niño, se cae con frecuencia. Pero ver cómo se levanta es un espectáculo. Tarda varios segundos. Le observamos porque parece que no es capaz, pero poco a poco, con algo de suspenso, se pone de pie, después de una serie de posturas raras. Los abuelos le aplauden dicen: « ¡Muy bien, muy bien!».

Así como los adultos miramos los progresos de los niños, sus caídas, sus “tonterías”, así nos mira Papá Dios. Ve nuestras luchas por caminar erguidos y nuestras caídas, nuestros primeros pasos.

Para entender el evangelio, es necesario volver a ser niños. El niño no tiene nada, está vacío, nace “limpito”, todo lo recibe y lo aprende. Necesita que alguien le enseñe hasta las cosas más básicas. Si no hubiera nadie que le hablara, él nunca podría hacerlo; si no hubiera quién le enseñara a andar erguido, nunca caminaría así.

¡Vuelve a ser niño! Vacía tus preconceptos y prejuicios. Olvídate de que sabes leer y escribir, quédate vacío, “limpito” como los recién nacidos porque, sólo los que son como niños pueden entrar en el Reino de los Cielos[1].

Te invito a que tires a la basura todo lo que sepas del Evangelio, todos tus conocimientos sobre la vida de Jesús. Olvida todo porque eres un niño recién nacido que quiere aprender, eres un bebé que no sabes caminar ni hablar. Con esta actitud ve y abre el Evangelio, como si fuera la primera vez.

Nada puede entrar en un recipiente que ya está lleno. Primero es necesario vaciarlo para que, luego, se pueda poner algo dentro. Como decía Jesús «A vino nuevo, odres nuevos»[2].

Agustín de Hipona decía:

Un recipiente para ser llenado, tiene que estar vacío. Derrama, pues, de ti el mal, ya que es has de ser llenado del bien. Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? Hay que vaciar primero el recipiente, hay que limpiarlo y lavarlo, aunque cueste fatiga, aunque haya que frotarlo, para que sea capaz de recibir algo.»Y así como decimos miel, podríamos decir oro o vino, lo que pretendemos es dignificar algo inefable: Dios…ensanchemos pues nuestro corazón, para que, cuando venga, nos llene[3].

Ahora piensa de qué está lleno tu corazón, examina de qué está repleta tu mente, reconoce las obras que llenan tus manos. Arroja todo para que puedas llenarte de la Palabra de Jesús.

Leer el Evangelio con ojos nuevos significa, comprar el colirio que nos ayude a ver. Con ese colirio, mira, observa, piensa, analiza, aprende.

Deja las costumbres, los prejuicios porque hoy tienes el Evangelio en tus manos por primera vez y empiezas a abrir tus ojos a una nueva realidad: la vida de Jesús.

Ejercicio

Reflexiona: ¿En qué piensas a lo largo del día? ¿Cuáles son las personas que más tiempo tienes en tu mente?, ¿qué objetos son los más queridos para ti?, ¿a qué dedicas más tiempo?…

Anótalo en tu cuaderno de ejercicios.

Lee con atención un capítulo del Evangelio cada día y anota los pensamientos que te vienen a la cabeza después de la lectura.


[1] Cf. Lc 18, 16.

[2] Lc 5, 38.

[3] AGUSTÍN, S., Tratado sobre la primera carta de san Juan, n. 4.

Del libro de G. MEIRIÑO, Leer el Evangelio con ojos nuevos, Corrientes, 2008, pp. 35-42.

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