Foto Diego Pantaleón
Foto Diego Pantaleón

“Lo adulaban con la boca…., su corazón no fue leal”
En la historia del pueblo de Israel con Yavé, tiene mucha importancia el corazón. Dios mira el corazón.
Analiza tu corazón, ¿qué tienes en él? ¿cómo saberlo?
Dice un dicho «de la abundancia del corazón habla la boca» y añadiría e incluso,»hablan»  los pensamientos….
Un corazón limpio, noble, íntegro…, como el del Rey David.
Hasta mañana, paz y bien

SALMO 78-77 II

Mientras los mataba, lo buscaban,
se convertían y volvían a Dios;
recordaban que Dios era su Roca,
el Dios Altísimo, su Redentor.

Lo adulaban con la boca,
le mentían con la lengua;
su corazón no fue leal con él
ni fueron fieles a su alianza.

Él, en cambio, enternecido,
perdonaba la culpa y no los destruía;
muchas veces reprimió su enojo
y no excitaba todo su furor
recordando que eran carne,
un aliento que se va y no retorna.

¡Cómo se rebelaron en el desierto!
¡Cuánto lo irritaron en la estepa!
Volvían a tentar a Dios,
irritando al Santo de Israel,
sin acordarse de aquella mano
que un día los libró de la opresión,
cuando hizo signos en Egipto
y portentos en la campiña de Soán.

Él convirtió sus canales en sangre
y sus arroyos, para que no bebieran;
les mandó tábanos que los picasen
y ranas que los destruyesen;
entregó a la langosta su cosecha,
a saltamontes el fruto de su afán;

asoló con granizo sus viñedos
y sus sicómoros con la escarcha;
entregó sus ganados al pedrisco
y sus rebaños a los rayos;
descargó sobre ellos su ira ardiente,
su enojo, su furor, su indignación:
una delegación de siniestros mensajeros,
para prepararle el camino.

No salvó su vida de la muerte,
entregó sus vidas a la peste.
Hirió a los primogénitos en Egipto,
primicias del vigor en las tiendas de Cam.

Sacó como un rebaño a su pueblo,
los guió como un hato por el desierto;
los condujo seguros, sin alarmas,
mientras el mar cubría a sus enemigos.

Los llevó a su santa montaña,
al monte que su diestra conquistó.
Expulsó ante ellos a los pueblos,
a cordel les asignó su heredad,
instaló en sus tiendas a las tribus de Israel.

Pero ellos, rebeldes, tentaron al Dios Altísimo,
y no guardaron sus preceptos;
desertaron, traidores como sus padres,
se torcieron como un arco mal tensado:
lo irritaron con sus altozanos,
con sus ídolos excitaron sus celos.

Lo oyó Dios y se indignó,
el Grande rechazó a Israel.
Abandonó su morada de Siló,
la tienda plantada entre los humanos.

Entregó su fortaleza a los conquistadores
y su ornato a la mano del adversario.
Dejó su pueblo a merced de la espada,
indignado con su heredad.

El fuego devoró a sus valientes,
y las doncellas no tuvieron cantos nupciales;
sus sacerdotes caían a espada
y las viudas no cantaron lamentos fúnebres.

Se despertó como de un sueño el Señor,
como soldado aturdido por el vino.
Hirió al enemigo por la espalda
los dejó humillados para siempre.

Rechazó la tienda de José
y no eligió a la tribu de Efraín;
eligió a la tribu de Judá
y el monte Sión, su preferido.
Se construyó un santuario como el cielo,
lo cimentó para siempre como la tierra.

Eligió a David, su siervo,
sacándolo de los apriscos del rebaño;
de andar tras las ovejas lo llevó
a pastorear a Jacob, su pueblo,
a Israel, su heredad.
Los pastoreó con corazón íntegro,
los guió con mano experta.

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