Dibujo de Manolo Castro
Dibujo de Manolo Castro

—Hasta tal punto los escrúpulos le angustiaban (a Ignacio de Loyola), que estuvo a punto incluso de suicidarse. Es importante saber esto porque tendemos a idealizar la vida de los santos, eliminando sus zonas oscuras o sus períodos más difíciles. Pero todo ello es necesario para que el proceso de transformación sea auténtico y duradero. Es la fase purificativa. En un momento determinado Ignacio explica —siempre en su autobiografía— que vio pasar un perrillo y empezó a implorarle, diciéndole que le seguiría a donde quiera que fuera con tal de que le salvase de aquella angustia que sentía.

Cuando el caballero de Loyola, el defensor de la ciudadela de Pamplona, fue capaz de humillarse ante un perrillo, fue cuando realmente rindió sus armas. Lo que había hecho en Monserrat estaba muy bien, pero había sido un poco teatral y había reforzado su narcicismo. Es ahora cuando realmente se entregó del todo. Pasó de “querer hacer” a “dejarse hacer”, y este “dejarse hacer” es lo que abrió la tercera etapa del período de Manresa, donde tuvo importantes visiones y experiencias místicas, como la comprensión de la Trinidad y de la creación, la percepción de la presencia del Señor en la Eucaristía y, sobre todo, la más importante de todas, la llamada iluminación del Cardoner.
Estas visiones que recogen los ejes esenciales de la fe cristiana sitúan a Ignacio en categoría de apóstol, en tanto que es testimonio directo del contenido de la fe. Implícitamente le acreditan como fundador de un nuevo linaje espiritual. Tanto es así que él mismo dice que aunque no existieran las Escrituras, él creería por lo que había visto. Una afirmación de este tipo bastaba para que San Ignacio fuera sospechoso de herejía o de iluminismo, porque parecería que prescinde de la mediación…

Relato del Peregrino de Loyola. Autobiografía de San Ignacio de Loyola. Introducción de J. MELLONI RIBAS sj. y G. MEIRIÑO FERNÁNDEZ, De Oriente a Occidente, 2017, ISBN 9789871621248, pp. 32-33.

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