Se llama Shibananda, pero en realidad todos le dicen Babaji. Un nombre genérico para los hindúes. En Occidente le dirían “Maestro”. Vive en Varanasi, la ciudad más sagrada de la India, desde hace más de quince años. Es de “luengas” barbas blancas, siempre con la ropa del mismo color, siempre, los últimos quince años, en el mismo lugar, con un elefante azul, al que no tiene demasiada simpatía, pintado en el horizonte que tiene a su espalda, siempre la misma mirada transparente y firme, con ojos azules que deprenden rayos parecidos los que salen del pecho de Jesús misericordioso, siempre jovial, siempre acertado, siempre discreto.
En nuestro primer encuentro, después de un saludo formal, nos miró y se rió, nunca sonríe, ¡siempre ríe! Luego dijo, señalando el escalón de piedra alargado que tiene delante, “cola” pegada con pegamento”. El está sentado enfrente al escalón, en una piedra. De fondo está la chapa con el famoso elefante azul pintado y que hace de mostrador de un bar en el que se sirven a diario cientos de tés y chais. En seguida, nos invitó a un té con limón, levantó un poco la voz, lo pidió en el dialecto regional y a los pocos minutos teníamos tres tés humeantes en nuestras manos.
En Varanasi le dicen Babaji, en la cultura cristiana, le dirían un “santo”, “sabio”. Escucha mucho y habla lo justo, aunque a veces, solo a veces, habla bastante y ríe mucho. Cuando interviene dice lo que piensa con claridad sin rimbombancias, señala lo que viene bien para tu corazón y en “español” para que se entienda mejor. Es dulce, educado, firme, sabio y un poquito, “mal hablado”, por los giros que le enseñan, pícaramente los españoles que le visitan.
Tan educado que me llama la atención cuando un joven indio interrumpe una conversación que teníamos a nivel personal y Babaji le despidió con cajas destempladas. Mostré cierto de asombro. El me miró y dijo: “Es un conquistador, persona no buena, mejor lejos. Es embaucador, no bueno. Mejor, alejarlo”.
La cercanía espiritual con Babaji es asombrosa. Los hindúes, como creen en la reencarnación, a buen seguro, dirían que nos conocemos de vidas pasadas. Cada día entiendo mejor que, más allá de la reencarnación, hay una comunión espiritual entre las personas que es más fuerte que la de la sangre. Jesús dijo: “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Si lo hemos vivido con personas de la misma religión el haberlo hecho con Babaji muestra, una vez más, que Dios es Padre de todos, negros, amarillos, hindúes, musulmanes, cristianos; los que lo reconocen y lo tienen en el corazón sintonizan la misma emisora y se sienten cercanos, hermanos.
Este “viejo sabio”, como le llamó uno de los jóvenes españoles, es como un padre, como un hermano, cercano, como alguien de la familia. Y sabe que desde donde estemos, como ahora a miles de kilómetros, nos descubre, con frecuencia sentados en ese escalón de piedra, “cola pegada con pegamento”, conversando, escuchando sus palabras, sus risas; compartiendo con “Babaji”.
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