Ser Dios
Le puede pasar también a las mamás que quieren tener el mando sobre sus hijos, sobre su marido y cuando ven que lo pierden se deprimen. Esto me contaba una buena madre:
— «Me gusta que mis nietos me vengan a ver, los adoro, pero a los pocas horas ya estoy harta de ellos. No me obedecen, no me hacen caso, hacen lo que quieren.
Antes no era así, a mis hijos los eduqué bien, y no yo los tenía controlados. Me obedecían, hacían lo que yo les mandaba.
Luego los extraño, pero cuando vienen no puedo cambiarlos, no logro que hagan lo que yo quiero. No sé qué me pasa. Quiero verlos, pero cuando vienen, en poco tiempo no los soporto».
Esto le pasaba a esta abuela porque tenía el «poder» en la familia. Todos bailaban al son que ella imponía en su hogar. Los demás se habían acostumbrado al ritmo de la capitana. Pero llegaron los nietos y terminaron con la tiranía de la capitana, y cada vez que venían a la casa de la abuela las normas discutibles que ella había impuesto eran una y otra vez tergiversadas. La pobre abuela se veía superada. El orden por el que había luchado durante años se desmoronaba en unos pocos minutos.
Entonces, Lucía adoptó un tono suave, pero firme:
— Margarita, no te sientas un ser especial, no te creas superior a los demás. Has encontrado a Jesús. El Señor está caminando a tu lado y te está enseñando. Pero el camino de Jesús no es el poder, no es el decidir sobre los demás e imponer tus ideas.
Los soberbios entienden así la vida: «Los que piensan como yo son buenos, los que no piensan como yo, son malos». O de otra manera «los que son de mi religión son los buenos, los de otras religiones son malos», ¡Cuántas veces nos equivocamos en esto!
Como los apóstoles y los discípulos, tú y yo podemos correr ese riesgo: decirle a Dios lo que tiene que hacer y cómo lo tiene qué hacer. Y a enojarnos como la abuela de la historia que te contaba, si no hace las cosas como a nosotros nos gustaría.
En el fondo es un angustioso deseo del hombre, ser totalmente independiente y autosuficiente, intentando eliminar a Dios, en definitiva ocupar su lugar, de ser Dios.
Pero la historia se repite y tampoco los discípulos y seguidores entendieron en absoluto el mensaje de Jesús. Da la impresión de que es lo que hacen hoy la mayoría de los cristianos. Creen que con algunos ritos (velitas, posturas del cuerpo, ayunos, sacramentos, etc.) pueden obligarlo a ser rey, pueden tener poder sobre Jesús.
Como los seguidores de su época, no parece que hayamos evolucionado mucho todavía no entendimos el mensaje de Jesús. Él no vino para ocupar un poder temporal. Si los sació con los panes, fue para calmar una necesidad del cuerpo y así prepararlos para recibir el mensaje que iba dirigido al corazón, al espíritu.
Del libro De las tinieblas a la luz, de Gumersindo Meiriño, De Oriente a Occidente, 2011, 2ed., pp. 17-19
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