
Hay dos expresiones populares. Una negativa que, cuando alguien se porta mal , puedan llegar a decirle, “esta personas es un demonio”; o la situación es muy fea y comentan: “esto es un infierno”. Pero si por el contrario, conoces a alguien bueno y dulce afirmas, “esta persona es un cielo”.
Pues bien, el coronavirus puede que nos ayude a conocer el cielo o el infierno. ¿Cuál es la diferencia?.
Ahí viene un viejo cuento a responder.
Parte Una: el Infierno
Un hombre santo tuvo un día para hablar con Dios y le dijo: –Señor, me gustaría saber cómo son el cielo y el infierno.
Dios entonces llevó al hombre santo a dos puertas. Abrió una y le dejó mirar dentro. Había una gran mesa redonda. En el centro de la mesa había un enorme bandeja llena de manjares sabrosos de todo tipo, al hombre se le hizo agua la boca. Las personas sentadas alrededor de la mesa eran delgadas, pálidas y enfermas. Todos estaban hambrientos.
Todos tenían cucharas con las que intentaban comer. Pero los mangos eran muy largos, alcanzaban el plato. Pero como el mango de la cuchara era más largo que el brazo, no podía llevar la comida a la boca.
El hombre se estremeció al ver tanta miseria y hambre. Dios dijo: Acabas de ver el infierno.
Parte Dos: el Cielo
Luego entraron en la segunda puerta.
La escena que vio el hombre era la misma que la anterior. Allí estaba la gran mesa redonda y el recipiente lleno de manjares de todo tipo, que se le hizo agua la boca. Y la misma escena: personas alrededor de la mesa que también tenían cucharas con mangos largos. Pero, al contrario que en la otra puerta, todos eran felices, contentos, estaban bien alimentados y hablando entre ellos, sonriendo, alegres.
El hombre le dijo a Dios: -«¡No entiendo!»
–Fíjate, -Dios contestó-, uno le da al alimento al otro. Han aprendido a compartir. Así todos se alimentan y quedan saciados… Dios concluyó: Acabas de ver el Cielo
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Moraleja
Sartre decía, “el infierno son los otros” y tenía razón. Habría que añadir, “el cielo son los otros”. Depende de cómo usemos la cuchara.
Alegría y Paz.
Gumersindo Meiriño Fernández
El cuento fue enviado por Graciela Viveros, gracias.