Carlos y H. Ford, en torno a un arroz primavera
Una moneda de 10 centavos
Carlos cuenta la historia de la fábrica textil en la que trabajaba su padre. Lo hace al tiempo que compartimos un arroz primavera, entremezclado con aceitunas, y algunas otras verduras, por cierto, ¡riquísimo!.
Disculpen el inciso, esta es la historia:
Al mediodía a los que trabajaban con mi padre –cuenta Carlos– le daban un descanso que la mayoría aprovechaba para comer. La empresa en su afán de colaborar con el personal les donaba, totalmente gratis, un bocadillo y un refresco. Durante años unos pocos comían el bocadillo y otros pocos lo llevaban para su casa. Otros muchos apenas le daban unos mordiscos y tiraban el resto. Recuerda, –dice Carlos–, que en la época de mi padre no era la de la abundancia precisamente. Y, a pesar de ello durante varios años, con los restos de la comida se llenaban varios cubos de basura que iban al deshecho. Esto motivó que alguno de los gerentes se quejara y decidieran poner un coste simbólico a la vianda que se entregaba al mediodía. El precio era ridículo (una moneda de diez centavos). Pero cada obrero lo tendría que abonar, sí o sí, si quería retirarla. Los primeros días se creó un gran revuelo y mucho enojo entre ellos. Pero, poco a poco, fueron acostumbrándose. Al poco tiempo, en la recogida de la basura, hubo un gran cambio. Apenas había desperdicios. Todos los que compraban la comida, –la mayoría de los empleados– apenas dejaban desechos, o la comían o lo llevaban para su casa.
Al día siguiente, de saborear el fabuloso arroz primavera, leía la siguiente historia de uno de los hombres más famosos y adinerados del siglo XX.
“Henry Ford no nació rico, pero se convirtió en el hombre más rico del mundo por sus propios medios, por su talento. De niño solía limpiar las botas a la gente. Cuando nacieron sus hijos, siguió escalando puestos y haciéndose cada vez más rico. Cuando terminaron la escuela superior, les dijo: —Primero tenéis que limpiar zapatos frente a la fábrica —donde Ford fabricaba sus coches—. Poneos ya a limpiar zapatos en la puerta.
Los hijos estaban atónitos. —¿Qué estás diciendo? —le preguntaron—. Somos tus hijos y ¿tenemos que ponernos a limpiar los zapatos de tus sirvientes y tus empleados?
—Yo tuve que hacerlo —contestó Henry Ford—, y no me gustaría que heredarais simplemente mi capital; no está a la altura de vuestra dignidad. Os llamáis Ford. Tenéis que ganároslo, tenéis que demostrar vuestra determinación.
Aunque te sorprenda, los hijos tuvieron que limpiar zapatos en la puerta de la fábrica de su padre. Ese hombre tenía toda la razón; sus hijos se enriquecieron por sus propios méritos, empezando de cero. Entonces Ford les dijo: —Ahora todo lo mío os pertenece. Os lo merecéis.
No bastaba con ser hijo de Henry Ford.” Pasaje de: Osho. “La magia de ser tú mismo”. iBooks.
Observa tu realidad y saca la moraleja de estas historias, apropiada a tus circunstancias y fíjate “si te calza el zapato”.
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