Imagen de Francisco X. Castro Miramontes ofm, desde O Alto do Cebreiro, Galicia

Es sabido lo que cuesta salir de ese laberinto de emociones que causa el abandono de la persona de la que aparentemente –o quizás realmente– estabas enamorado o enamorada.

Durante meses y meses muchas personas vagan como almas en pena, víctimas de las flechas de cupido y parece que nada ni nadie puede consolarlas. En algunos casos inician una nueva relación, pero, “–sabe usted, –comentan compungidos– no pude olvidarlo u olvidarla. No entiendo cómo pudo dejarme, después de todo lo que hemos vivido juntos”.

Llevo años un poco sorprendido por la rapidez con que algunas personas salen de estas situaciones, veraderos maremotos emocionales. Observo, desde la distancia, cómo, –aún siendo altamente emotivas– son capaces de experimentar el duelo con gran normalidad. Y no solo eso, sino que salen más fortalecidas y más seguras de sí mismas. Todas estas personas tienen algo en común.

Más allá de que primero tienen que estar abiertas a aceptar la realidad. Porque las personas con tendencia a “existir” poniendo en práctica el síndrome de Proscuto (de este síndrome hablaremos otro día si les parece) les resulta arduo –casi imposible– salir de la situación. Porque normalmente estas personas no aceptan lo que pasa. Y si uno no acepta la realidad, ahí hay que tomar otros caminos para que puedan salir de los laberintos emocionales.

Pero una vez aceptado, fíjense lo que relata Albertina: –Usted no sabe, “me agarré como “una garrapata” a la oración y me siento bien. Ni yo me lo puedo creer. ¿Cuánto ha pasado desde que me dejó sin previo aviso mi pareja? En dos días salté de tener pareja a estar sola ¡Y pasaron tres semanas y ya me siento bien! No sé por qué lo hizo pero cuando me viene a la mente, la susodicha pregunta, ¿por qué?, recito el mantra, al principio unas decenas de veces, ahora tres o cuatro y sigo con mi vida normal.

El es como si supiera lo que pasa en mi cabeza. Cuando más tranquila estoy, me envía un whatsApp o busca alguna forma de conectarse.

Durante una o dos semanas entré en el reproche. Luego ya –entendí que no tenía sentido– abandoné ese camino. Cuando ya estaba bien –por eso digo que parece que él entraba en mi cabeza– él enviaba algún mensaje para arreglar algunas de las cosas que quedaron pendientes. Yo, –¿sabe lo que hacía?– lo leía y recitaba el mantra o rezaba y seguía con lo que estaba haciendo. Después de al menos una hora o más tiempo, respondía. Las primeras veces –tengo que reconocerlo- me temblaban un poco los dedos y me saltaban las lágrimas, a veces, muchas lágrimas. Pero me sentía bien.

Todavía no me lo creo. Siguen pasando las semanas, siguen llegando los mensajes de vez en cuando. Sigo pensando que es una mano misteriosa que le avisa cuando tengo la guardia baja. Pero sigo respondiendo a todos de la misma forma y sin implicarme emocionalmente. A veces, mi cabeza se dice a sí misma si seré normal. Mi hermana y mi madre también comentado: -Tú no eres normal, después de lo que te ha hecho ese hombre y tú ni enterada. A mí me salvó la oración y no la dejo por nada.

Ah, sí me olvidada. A la tercera o cuarta semana, dejé un poco. Incluso un día una amiga me invitó a salir para que olvidara mi experiencia de pareja. Bebí un poco de cerveza. Se me subió a la cabeza. Y anduve unos días un poco mal. Ese día quería ir y darle puñetazos y decirle unas cuantas cosas. Quería ir a buscarle y ver si estaba con otra. Me lo imaginaba que estaba con ella y que yo le llamaba de todo, menos lindo. Otras veces quería preguntarle por qué había hecho eso, si nosotros nos llevábamos bien, que éramos una linda pareja y a ver si podíamos arreglarlo. Pero, cuando mi barco parecía naufragar fui a la iglesia. Allí estuve un tiempo indeterminado, lloré un lapso indefinido, oré, lloré, oré. Esa pequeña tormenta se calmó. Volví a ser “garrapata agarrada a la oración” y estoy bien, increíblemente bien.

No es más que una experiencia, pero no es la única.

Es evidente, por supuesto, que esto no es “magia”, si no que tiene su explicación y un trabajo de la persona. Pero, –esto es lo que me parece más importante– el ser humano conectado con lo Superior, con lo Divino, –llámale como quieras– es capaz de navegar por el mar de las emociones con una templanza propia de un capitán de navío experto en el manejo de la barca en Altamar, capaz de cruzar las tormentas que la vida le presenta. También las del “duelo del enamoramiento”.

Gumersindo Meiriño Fernández

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