Imagen de Ruth Dacunda

Me acerco, con mi esposa, a comprar unas flores a un vivero familiar. Nos recibe un señor, delgado y con barba blanca. Lo reconozco. Es un fotógrafo con el que coincidí en eventos socio-religiosos. Lo recuerdo como un señor bromista y alegre. Mientras nos muestra las flores, dice con tono jocoso: -No escriba nada sobre mí en sus libros y artículos…¿eh? Le quedo mirando y María le pregunta por unas “alegrías del hogar” que son un poco peculiares. Son así, responde él  “porque son alegrías del hogar dobles y no se la puedo vender porque estuvo enferma y la estoy recuperando”. A continuación, deja las plantas me dirige la mirada y comenta: Era una broma, puede escribir lo que quiera…., por cierto, ¿cómo andan?

Salimos del vivero con unas cuantas bolsas llenas de macetas. Caminábamos con ellas en la mano por la calle de tierra que rodea el parque que está delante de la casa del fotógrafo y vienen a mi mente decenas de preguntas: ¿de qué puedo escribir sobre este hombre? ¿qué podría contar? ¿No sé si está casado, si tiene hijos, si está trabajando o si es jubilado, si sigue sacando fotos o no, si el vivero es una afición o si es su nueva profesión? Por no saber, no sé ni su nombre. ¿Qué puedo escribir sobre el fotógrafo que ahora tiene un vivero delante de su casa y vende flores?

Lo que sí, y de eso puedo escribir, sé es que tiene un vivero, delante de su casa. ¿Te parece poco?

Pues no. Me parece lo más esencial y magnífico que se puede decir de una persona. Que es discreta, sencilla, que tiene un trabajo o afición que le gusta y pone en él, el corazón. Que te atiende mostrando interés por lo que hace. Que nunca saldrá en los diarios o en los noticieros porque es una persona normal. Que tendrá sus problemas, sus dificultades, sus alegrías, sus penas…, pero las vive dentro del marco del cada día, de la normalidad, de lo ordinario, que es humano.

Quizás estemos en la época, en la que  lo que más se valora es lo extra-ordinario, lo espectacular, lo raro y extra-vagante. Hasta tal punto que –según dicen los expertos- en ninguna época histórica hubo tanta gente aburrida, que no sabe para qué vive, ni porqué vive, esperando ser famoso o poder hacer algo por el que llamar la atención. Como si la vida en sí misma, no tuviera la dosis suficiente de noticias, de aventuras. Estamos transitando por el mundo de los medios sociales. Si no estás en la tele, si no eres «youtuber» de éxito, o no tienes un millón de “me gusta”, no eres nadie, eres un ser anónimo.

Amigo o amiga, discreto y normal. Gracias por vivir, gracias por hacer lo que haces con alegría, gracias por dar paz, gracias por levantarte cada mañana cantando –y seguramente desafinando- una canción; gracias por acostarte musitando, -por lo bajo, cansado,- un canto de acción de gracias por otra jornada. Gracias por vivir.

Ya está escrito. Me quedo con ganas de hacer más largo el artículo pero aguanto. A mi querido amigo, -gracias por inspirarme este artículo-,  el fotográfo que vende flores.

Gumersindo Meiriño Fernández

También te puede interesar,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *