Posted on septiembre 20, 2010
Cuenta una antigua leyenda noruega:
Haakon era el guardián de una ermita en la que había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Se arrodilló ante la cruz y dijo: “Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz”, y se quedó esperando la respuesta.
El Señor abrió sus labios y le habló: “Hijo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición”. “¿Cuál, Señor?”,- preguntó Haakon-.
– “Es una condición difícil”, le dijo Jesús
– “Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!” – respondió el viejo ermitaño-.
– Escucha: “suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre”.
Haakon contestó: “Lo prometo, Señor!”.
Y se efectuó el cambio.
Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. Haakon por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico.
Ni cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su bendición, antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: “¡Dame la bolsa que me has robado!” El joven sorprendido, replicó: “¡No he robado ninguna bolsa!”. “¡No mientas, devuélvemela enseguida!”. “¡Le repito que no he tomado ninguna bolsa!”, afirmó el muchacho. El rico arremetió, furioso contra él.
Sonó entonces una voz fuerte: “¡Detente!”. El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando la Ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: “Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio”.
“Señor,– dijo Haakon- ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?”.
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz.
El Señor, siguió hablando: “Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario tenía necesidad de ese dinero; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí. Por eso callo”.
Y el Señor nuevamente guardó silencio.
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No siempre es fácil entender el silencio de Dios. Nos gustaría que reaccionara ante nuestros requerimientos, que cumpliese nuestros anhelos, pero… ¿por qué razón Dios no nos contesta…? ¿Por qué razón se queda callado?
Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír, pero… Dios no es así. Dios contesta aún con el silencio, debemos aprender a escucharlo. Su silencio son mensajes destinados a convencernos de que Él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡Confiad en mí, que sé bien lo que debo hacer!
Dios calla y el silencio de Dios es siempre más elocuente que cualquier ruido o palabra.
Dice la oración de Jesús misericordioso: “¡Jesús en ti confío!”.
¡Aprende a escuchar el silencio de Dios!
Del libro Buenas Noticias del Padre Gumer, pp. 125-126
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