Alba con Gumersindo y María el dos de mayo de 2020

Estoy orgulloso de ti querida madrina. Cuando decidí casarme, –ejerciendo como sacerdote católico–, muchas personas que se decían amigas –no las juzgo, las entiendo y las sigo queriendo– dieron un paso al costado y desaparecieron. Otras dieron un paso al frente y –ante el escándalo que se armó en algunos lugares–  pusieron la cara. Una de ellas, –con la cabeza bien alta, feliz por acompañar a sus amigos–, fue Alba. Y, por supuesto, con el mismo orgullo y alegría, no dudó, ni un solo segundo, en ser nuestra madrina de boda.

Alba se fue,  con noventa y un años, con el gran amor de su vida, –su Negrito, como le llamaba a su marido– hace unos días.

Guardo multitud de maravillosos recuerdos y enseñanzas de Alba. Les cuento solo dos.
Cuando falleció Raúl, su esposo –para ella siempre “Negro” de forma cariñosa– nosotros estábamos en Europa. A los meses regresamos y vino a visitarnos. Después de ponernos al día de cómo iban las cosas, tomando unos mates; de forma quizás un poco imprudente se me ocurrió decirle que quería mostrarle una entrevista que se había publicado en la página web. El reportaje era a Raúl, su esposo, sobre cómo preparaban la yerba mate los jesuitas. Mientras escuchamos a su esposo, –que recientemente nos había dejado repito– me di cuenta de que quizás había sido un poco atrevido; en ese instante  tomó la palabra y comentó con normalidad: “Este Negro, siempre con lo mismo, con el tema de cómo preparaban los jesuitas la yerba mate. Muchas veces lo hizo para nosotros allá en el campo, en esa zona, por donde dicen los historiadores que pasa la ruta de los jesuitas y por donde llevaban y traían el mate a Paraguay…, Gumer, ¿te acuerdas cuando te llevó al sitio donde se dice que los jesuitas lo hacían?. Estaba orgulloso de ese lugar”.

Y, la otra, –que ya relaté en alguno de mis escritos– también está relacionada con el fin de la vida en la tierra. Un buen día me escribe un sobrino suyo, Adolfo, y me pregunta por la salud de su tía. Porque he pasado a saludarla y empezó a hablar de que le estaban haciendo la sepultura en el campo y que el albañil había quedado de venir esa tarde. –¿Será que tiene alguna dolencia grave y que no me quiso decir nada?

A los pocos días la fuimos a visitarla al campo, donde residía. Compartimos un guiso, charlamos, tomamos mate, nos reímos, hablamos de san Miguel arcángel…, y, en un momento, cité lo de Adolfo. Ella se rió, se paró a mi lado y me dijo: –Te voy a contar. Estoy bien, para mis años, muy contenta y feliz. Lo que pasa es que mandé hacer mi sepultura, al lado de la del Negro. Y el otro día llovió bastante y mi sepultura se inundó. Entonces mandé llamar al albañil que la arregle. ¿A ti te parece? –mientras se reía de forma jovial– Ya que voy a morar mucho tiempo en esa casa, por lo menos que no le entre agua, ¿no? .

Mi querida madrina, duele un poco tener que dejarte ir. Pero, al mismo tiempo, mi pecho se llena de sano orgullo, de agradecimiento, de amor y de paz por los años que hemos compartido acá en el planeta tierra. Mientras no vayamos “para allá”, los que te queremos, tu familia, tus amigos, tus ahijados de boda, te tendremos presente, con tu optimismo, tu hablar alegre, con tu jovialidad, tu generosidad, tu valentía, tu amistad, tu corazón sencillo y puro.

¡Gracias Madrina, gracias! Buen Camino. ¡Hasta pronto!
Saludos a Raúl, a Ivonne…, y a los demás amigos de “la pandilla de amigos”, que se nos “han adelantado”. Paz y Alegría, Alba.

Gumersindo Meiriño Fernández

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