Peregrino del Camino de Santiago en O Alto do Cebreiro, imagen de Francisco X. Castro Miramontes ofm

A veces pienso que el ser humano es un ser para la Soledad. Daría para mucho hablar sobre eso que algunos llaman «sentirse solo» o si la soledad es buena, es mala, o, todo lo contrario. Lo que quiero en estas breves palabras es que, más allá de la interpretación que quieras darle, de alguna forma, la Soledad parece que acompaña a cualquier individuo que se haya atrevido a navegar por las aguas azules del planeta tierra.

Es real. Viniste al mundo, parecía que nada ni nadie te hacia caso y empezaste a berrear como loco o loca. Entonces, todos sonrieron. Pero tú estabas solo, sola.

Es real. Te vas del mundo. Te dan la mano, te alientan, te susurran al oído, pero estás solo, sola, y así, dices, «hasta pronto querido planeta tierra», «hasta pronto todo y todos los demás».

En medio de estas «dos soledades», ¿hay alguna más?

Pues, pienso, mirando al Maestro Jesús, que sí, que el ser humano pasa, por esa prueba intensa, como la recorrió él, de una forma especial en lo que llamamos la noche en el huerto de los olivos.

Por cierto, –si conoces alguna situación de soledad de Jesús o si quieres compartir algunas de las tuyas–, las puedes poner en los comentarios; mientras escucha y vive, con imágenes de la película La Pasión, ¿es soledad o no lo de Jesús en el huerto de los olivos?

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