Una historia (Argentina) de Navidad

No sé si es inventada o real, suena a ser algo verídico y al mismo tiempo  hermosa y,–ya les aviso– al final deja una pequeña gota de amargura. Es a la vez tierna y un poco triste, pero, ¿acaso la vida no es así maravillosamente bella y melancólica a la vez?

Parece que ocurrió una Navidad en Argentina algo así.

Un empleado de correos estaba a cargo de separar las cartas de destinatario dudoso…, las inintegrables. Un día le llega una carta de letra temblorosa que estaba dirigido a: Dios, Nuestro Señor, El Cielo.

Con algo de curiosidad, la abrió para ver el contenido, y dentro, con la misma letra temblorosa se leía:

Mi querido Señor:
Sabes que en los ochenta y siete años de mi vida, jamás te molesté por nada, pero hoy estoy desesperada. Soy viuda, vivo sola y no me queda familia.

Para esta Navidad, me invitaron unas amigas que hice jugando a las cartas, y había separado setecientos cincuenta pesos de mi jubilación para comprar pollo, una botella de sidra y pan dulce para llevar, pero alguien entró a casa y me robó esa plata…

No tengo adónde ir, ni a quién pedirle, y me da vergüenza ir a esa fiesta sin tener nada que llevar… ¿Me ayudarías, Señor?

Religiosamente, Sara.

Conmovido, el empleado le mostró la carta a sus compañeros, y entre todos, juntaron seiscientos noventa pesos que le mandaron a la ancianita en un sobre en blanco. Semanas más tarde, apareció otra carta con la misma letra temblorosa…

Excitado y eufórico, llamó a todos en la oficina para abrirla y leerla, la carta decía:

Mi querido Señor:

Sabía que no me ibas a fallar Dios, gracias a tu milagro, pasé la Navidad más linda de mi vida. Pero no debo dejar de avisarte que sólo me llegaron seiscientos noventa pesos, los otros sesenta, seguro que se los afanaron esos chorros del correo.

Religiosamente, Sara.

Hasta aquí la historia tal y cómo llegó a mi mail.

Tiene algo de todo: ternura, generosidad, ingenuidad, espíritu de Navidad. También, algo tan propio de algunos seres humanos, que se llama juzgar. Siempre corremos el riesgo de interpretar hechos de forma subjetiva, de “suponer”, y analizar desde ese prisma. Tanto que, en muchas ocasiones, “ensuciamos la cancha” con nuestros pensamientos, palabras y dichos. Cuando la realidad era bien distinta.

He permitido sacar dos conclusiones (¡hay más, seguro!, si tú quieres compartirlas conmigo o en los comentarios serán bien recibidos):

–Haz alguna buena obra de caridad esta Navidad. Pero eso sí, que no se entere nadie. Recuerda lo que decía Jesús-Cristo: «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”

– Esta Navidad, veas lo que veas, escuches lo que escuches, digas lo que digas…, no juzgues, no interpretes nada. Todo lo que pase a tu alrededor alábalo, abrázalo y si no puedes abrazarlo, ¡calla!. Insisto, no interpretes ni juzgues a nada ni a nadie. Que no te pase como la viejita que llamó “chorros” justo a las personas que le habían ayudado “a pasar la mejor navidad de su vida”.

¿Qué te parece la idea?

Feliz Navidad amigo-a

Gumersindo Meiriño Fernández

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One thought on “Una historia de Navidad

  1. Gran reflexión. El silencio nuestro mejor aliado, para recibir al niño Dios en nuestros corazones. Paz y Bien 🙏🏻

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