
El salmista abre su corazón a Dios, que es su roca. Pero si Dios no escucha se siente como “los que bajan al sepulcro”. Pero Dios oye la voz del corazón sincero, que levanta su voz y sus manos en oración limpia y transparente. Por eso la súplica termina con un gran canto de alabanza y acción de gracias.
Jaculatoria- Mantra- Decreto: Mi corazón se alegra, le doy gracias con mi cántico.
Hasta mañana, feliz jornada.
Salmo 27
A ti, Señor, te invoco.
Roca mía, no te hagas el sordo;
que si enmudeces seré como
los que bajan al sepulcro.
Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando levanto las manos
hacia tu templo sagrado.
No me arrastres con los malvados,
ni con los malhechores:
saludan con la paz al prójimo
y con malicia en el corazón.
Dales lo que merecen sus obras
y la maldad de sus actos,
dales según la obra de sus manos,
devuélveles lo que se merecen.
Como no entienden las proezas de Dios,
ni la acción de sus manos,
¡que él los derribe y no los reconstruya!
¡Bendito sea el Señor
que escuchó mi voz suplicante!
El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón.
Me socorrió y mi corazón se alegra;
le doy gracias con mi cántico.
El Señor es mi baluarte y refugio,
el salvador de su Ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
guíalos y sostenlos siempre.