Amapola de clima cálido, en el campo de Carolina – Goya Arg, imagen de Laura Castro

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
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El salmista se siente afianzado en Dios- lo vimos ayer- y ahora empieza a relatar su pesar.
Primero sus dolencias físicas, luego sus problemas de relaciones con las demás personas para luego retornar a la confianza en Dios y a pedirle justicia contra los que le han causado los males, los enemigos.
Recuerda que los enemigos –y más peligrosos que los externos– son siempre interiores: odio, ira, rencor, venganza…
Jaculatoria: Yo confío en ti, Señor (Adonai).
Bendiciones, hasta mañana si Dios quiere.
Escúchalo:

Salmo 30 B

 

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

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