Río Paraná, imagen de Juan Elías Miqueri

El salmo trata un tema polémico: la enfermedad y su relación con el pecado. El dolor físico, la enfermedad, tiene -según el salmista- una doble causa por una parte Dios, «tu enojo»  y, por otra la del poeta, «mi pecado». Dios ha de aplacar su ira  y el pecador confesar su culpa.
El salmista, confiesa su pecado y pone toda su confianza en Dios, que responderá.  No pocas personas se han encontrado con Dios en la miseria del pecado o en el dolor físico de la enfermedad.
Jaculatoria- Decreto- Mantra: Dios mío, no te alejes de mí.

Salmo 37 

Señor, no me reprendas con ira,
no me corrijas con furor.
Tus flechas se me han clavado
y tu mano pesa sobre mí.

No hay parte ilesa en mi cuerpo,
a causa de tu enojo,
no me queda un hueso sano,
a causa de mi pecado.

Mis culpas sobrepasan mi cabeza;
como fardo pesado gravitan sobre mí.

Hieden mis llagas podridas,
a causa de mi insensatez.

Estoy encorvado, profundamente abatido,
todo el día camino sombrío.
¡Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi cuerpo!

Agotado, totalmente aplanado,
rujo y bramo en mi interior.
Señor mío, mis lamentos están ante ti,
no se te ocultan mis gemidos.

Mi corazón se agita, me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros
permanecen ajenos a mi dolencia,
mis familiares se mantienen a distancia.

Me tienden trampas los que quieren matarme,
los que desean mi desgracia me difaman,
todo el día rumorean calumnias.

Pero, como un sordo, no oigo,
como mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
ni tiene réplica en su boca.

Yo espero en ti, Señor,
tú me escucharás, Señor Dios mío.
Me dije: Que no se rían a mi costa
quienes se insolentan contra mí
cuando vacilen mis pasos.

¡A punto estuve de caer
mientras perduraba mi pena!
Sí, yo confieso mi culpa,
me duele mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos mis enemigos traidores.
Los que me devuelven mal por bien
y me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor,
Dios mío, no te alejes de mí;
ven pronto a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

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