Imagen de RENE RAUSCHENBERGER en Pixabay

Quizás este artículo tendría que haberse titulado: Las visiones de Sebastián de Aparicio.

¡Qué tal, amiga, amigo! Vamos a hablar brevemente sobre Sebastián de Aparicio en el entorno al día que se celebra su fiesta, el veinticinco de febrero.

Este gallego de nacimiento llegó a Puebla de Los Ángeles en México, en los primeros años de la colonización. Allí tuvo varias visiones.
Primera, la visión de la compasión. Vio como en aquel pueblo que se estaba desarrollando, había una serie de circunstancias que le dolían, le lastimaban su corazón, le golpeaban en el pecho. Los tamemes (indios que transportaban las mercaderías a hombros) cargando con mercaderías trabajaban como si fueran animales de carga, consecuencia de la dificultad del transporte, el obstáculo de ir de un lugar a otro en la zona que él vivía.

Entonces surgió la segunda visión. La primera es compasión ante esa gente que lo pasaba mal porque no avanzaba en algunas cosas. La segunda trabajo. Trabajo duro, agotador, de sol a sol.
¿Cómo hacer eso? ¿Cómo ayudar a esta gente? Domar bueyes, construir carretas, buscar lugares para el transporte, abrir rutas, hacer que ese sueño que nació en su mente y en su corazón pudiese convertirse en una realidad: que los tamemes dejen de ser tratados como animales de carga. Eso le hace crecer en riqueza, en prestigio, en esa comunidad reciente de Puebla de Los Ángeles, en México, en pleno siglo dieciséis.

De ahí surge una tercera visión: la de la unidad. Sebastián vio a los demás como hermanos, no como esclavos. En ningún momento se siente superior a nadie, tampoco a los indígenas con los que colabora y con los que participa en la labor. Su integración –de unidad– con el pueblo es tal que llega a casarse dos veces con dos chicas jóvenes mexicanas, de ese lugar. Aunque luego, por circunstancias de la vida, las dos veces quedó viudo. Hay una unión que nace de lo que decíamos antes: la compasión, el trabajo, la integración con la gente, con ese lugar, con esa cultura, con esa sociedad.
Esta unión es tan profunda que entre los más estrechos colaboradores que le ayudan en esta labor ingente hay chichimecas, nativos que solían emboscar y roba a los colonizadores porque los consideraban invasores y enemigos.

Imagen de Sebastián de Aparicio en Puebla México

Luego, ya mayor en edad, rico, importante, nace la cuarta visión. La de Ver Más Allá. En ese momento descubre algo que llena de luz su corazón y su mente, que es la solidaridad llevada a la práctica de una forma bien concreta, la de Francisco de Asís: el encuentro con la naturaleza, con el otro, el amar, la pobreza, todo eso que conlleva el espíritu franciscano. Vende todo lo que tiene y se dedica a vivir este espíritu. Hay un libro famoso en estos últimos años que se titula, El hombre que vendió su Ferrari, quizá tendríamos que decir que Sebastián de Aparicio es el hombre que vendió su Carreta.

Empieza una nueva andadura con total desapego a los bienes materiales viviendo con sencillez, en contacto con la naturaleza, con la solidaridad, en comunión con las gentes de Puebla, una vivencia de la plenitud. Todo un ejemplo para el mundo de hoy, para ver desde la consciencia todo lo que vivimos y agradecerlo porque es una oportunidad para el encuentro de uno mismo, para la comunión con la naturaleza, con el otro, con el que está a tu lado.
Estas son las cuatro visiones del hombre que vendió su Carreta, Sebastián de Aparicio.
Paz y Alegría. Nos vemos dentro de una semana.

Escúchalo:

Gumersindo Meiriño Fernández

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