Llevaba diez años en el planeta tierra cuando escuché en la Capilla del seminario menor de la Inmaculada este salmo cantado. Cada mañana, sonaba una y otra vez, en el canto de entrada de la Misa. Más de cien niños recién despertados lo entonábamos con entusiasmo.
Es una canción alegre, optimista, triunfal. Pero aquel niño no entendía porque se tenía que alegrar de llegar a Jerusalén.
Jerusalén significa, según su propia etimología, “la ciudad de la PAZ”.
Estamos caminando…, cuando uno llegamos a los umbrales, a la entrada, de “la ciudad de la Paz”, estallamos en gozo y alegría.
Los judíos peregrinaban una vez al año, a la ciudad física de Jerusalén, llegando a sus puertas, desbordaban en cantos de alegría.
Es lo mismo que sentimos nosotros cuando tenemos paz en el corazón. Es la sensación que tiene uno cuando toma la decisión de amar, de perdonar y ser perdonado, de reencontrarse con un amigo, de sentir el viento, los pájaros, de descubrir el amor de Dios detrás de cada acontecimiento… y llenar el corazón de paz.
Es la misma sensación de cuando no puedes respirar por un buen rato y de repente llenas tus pulmones de aire.
Así es el cántico de alegría que brota en tu corazón cuando sientes que es inundado por la PAZ.
Es maravilloso sentir que lo más íntimo de tu conciencia, de tu corazón, es un Santuario donde vive Dios y está lleno de Paz y que casi lo tocas con tus dedos.
¿¡No sientes los cánticos de los ángeles que resuenan en las bóvedas de tu alma cuando tus pasos van por el camino adecuado y te llevan a Ierusalem, CIUDAD DE PAZ!?
SALMO 121 |
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