Esta una de las oraciones que da frutos abundantes a nivel espiritual. Es el saberse en manos de Dios, Padre y Madre. Como este Padre-Madre, Dios es todopoderoso, es infinitamente generoso e infinitamente bueno, no le pedimos nada en especial porque sabemos que El nos concederá lo que necesitamos Como decía Jesús: “Y al orar no charléis mucho, como los gentiles, que por su palabrería figuran que van a ser escuchados. No seáis como ellos porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”[1].
Cuando la recites usa la imaginación. Piensa que eres un bebé pequeño en los brazos de un Padre-Madre bueno, tierno, poderoso, cariñoso…, después con la mente puesta en esa escena entrañable, desde el regazo de ese papá-mamá recita despacio sin miedo, con confianza estas oraciones de abandono.
Ignacio de Loyola
La primera es de San Ignacio de Loyola. Este santo de origen vasco, España, vivió en los siglos XV y XVI. Fue un hombre de mundo, soldado aguerrido y atrevido que cayó herido gravemente en el frente de Pamplona. Su larga convalecencia le hizo reflexionar y replantearse una nueva vida intentando imitar a San Francisco de Asís. Fundó la Compañía de Jesús (los jesuitas), y escribió un libro, que ha sido uno de los que más influyó en la historia de la espiritualidad occidental, titulado Ejercicios Espirituales. Esta es una de las oraciones que movilizaron su espíritu valiente:
Toma, Señor, recibe mi libertad mi memoria mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Tú me lo diste, a ti Señor lo torno. Todo es tuyo, dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia que con eso me basta.
Carlos de Foucauld
La siguiente oración también es de abandono y es de otro hombre, en este caso de origen francés, cuya vida fue otra epopeya, pero unos siglos más adelante, a finales del siglo XIX, principios del siglo XX.
Charles de Foucauld nació en Estrasburgo en una familia noble. Fue oficial del ejército, del que siendo oficial, le expulsaron por vida disoluta. Más tarde participó en la guerra franco-prusiana. Se convirtió al cristianismo, fue monje cisterciense, en la trapa. Los últimos quince años los pasó en el desierto, con los “tuaregs” conviviendo con árabes, sin intentar convencerles ni anunciarles a Cristo, si no amándolos como hermanos. Vivó como un místico contemplativo en medio de ellos, lo que se denominó “la espiritualidad del desierto”. En Siria compuso esta oración que luego se hizo famosa, basándose en una meditación sobre las palabras de Jesús en la Cruz, “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 46).
Charles de Foucauld fue asesinado en el Sahara (Argelia) por una banda de “tuaregs”. Años después de su muerte nacieron las congregaciones religiosas, la femenina, “Los Hermanitas de Jesús” y la masculina, “las Hermanitos de Jesús” que imitan el modelo de vida de Charles de Foucauld viviendo en extrema pobreza y conviviendo, sin predicar, solo imitando a Jesús en el amor y respeto, con los hermanos más pobres de la religión musulmana en el desierto.
Es una hermosa oración para empezar el día. Es también adecuada para recitar en momentos de angustia, de desesperación, de tristeza
Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
Lo acepto todo,
con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Para orar por la mañana y pedir la protección de Dios
[1] Mt. 6, 7-8.
Tomado del libro de G. MEIRIÑO FERNÁNDEZ, Llamando a las Puertas del Cielo. Libro de Oraciones.
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