
Cabe decir, antes que nada, que el que escribe recuerda perfectamente la primera vez que vio y leyó esta pequeña y mágica oración. Estaba en la Universidad de Navarra cuando hizo con un grupo de compañeros un viaje al Santuario de Lourdes, en Francia, a donde acuden millones de enfermos cada año.
Al entrar en el Residencial que iba a pasar la noche en un cartel grande lo leyó, le impactó y la hizo suya, ya nunca la olvidó, aunque tenga periodos que no la recite. Pero es breve, sencilla, sabia y motivadora.
Ahora se ha puesto de moda y la llaman la oración de la serenidad. Eso es lo de menos.
Te la dejo con un abrazo del corazón tal y como yo la recito.
Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no se pueden cambiar
Señor, dame fortaleza para transformar aquellas que sí se pueden cambiar.
Señor, dame sabiduría para distinguir unas de otras.
Amén amén amén.
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