
El dolor que nos invade viene de las distintas circunstancias de la vida: aguas profundas, ciénagas sin fondo, corrientes arrolladoras y otras tantas imágenes del diluvio del mal como un cuerpo destruido.
Pues bien, a pesar de todo no pierdas la fe. Las circunstancias de la existencia, en ocasiones pueden ser muy adversas. Pero lo importante es que tu nombre esté escrito en el libro de la vida.
El libro de la vida donde está escrito tu nombre es el corazón de Dios.
Ahí me escondo ante la adversidad, los enemigos, el odio, la falsedad,… y todo lo que en el mundo me pueda atormentar.
Tu nombre está escrito en el libro de la vida, no lo olvides.
Hasta mañana, paz y bien
Salmo 69-68
¡Sálvame, Dios, que me llega el agua al cuello!
Me hundo en el fango profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en las aguas sin fondo
y me arrastra la corriente.
Estoy exhausto de gritar,
tengo ronca la garganta,
se me nublan los ojos
esperando a mi Dios.
Más que los cabellos de la cabeza
son los que me odian sin motivo,
más numerosos que mis cabellos
son mis enemigos mentirosos.
¿Es que tengo que devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis culpas.
Que por mi culpa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor Todopoderoso;
que por mi culpa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Pues por ti aguanté afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre
porque me devora el celo por tu templo
y las afrentas con que te afrentan
caen sobre mí.
Si sollozo ayunando, se burlan de mí;
si me visto de sayal, se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
los borrachos me sacan coplas.
Pero yo, Señor, a ti dirijo mi oración,
en el momento propicio;
por tu gran amor, respóndeme, oh Dios,
con tu fidelidad salvadora.
Sácame del fango, no me hunda,
líbrame de los que me aborrecen
y de las aguas sin fondo;
que no me arrastre la corriente,
ni me trague el torbellino,
ni el pozo se cierre sobre mí.
Respóndeme, Señor, por tu bondadoso amor,
por tu inmensa ternura vuelve tus ojos a mí.
No ocultes tu rostro a tu siervo,
estoy angustiado, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de la guarida del enemigo.
Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y deshonra,
ante ti están mis opresores.
El oprobio me parte el corazón
y me siento desfallecer;
espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no los encuentro.
Echaron veneno en mi comida
y en mi sed me dieron vinagre.
Que su mesa se vuelva una trampa
y sus compañeros, un lazo.
Que se apaguen sus ojos y no vean,
y sus lomos flaqueen sin cesar.
Descarga sobre ellos tu enojo,
que los alcance el incendio de tu ira.
Que su campamento quede desierto
y nadie habite sus tiendas,
porque persiguen al que tú heriste
y cuentan las heridas del que laceraste.
Añade culpa a sus culpas,
y no accedan a tu justicia.
Sean borrados del libro de los vivos,
no sean inscritos con los justos.
Pero a mí, pobre y malherido,
tu salvación, oh Dios, me restablecerá.
Alabaré el Nombre de Dios con cantos:
proclamaré su grandeza
con acción de gracias:
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Mírenlo, humildes, y alégrense,
recobren el ánimo, buscadores de Dios;
porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo, cielo y tierra,
mares y cuanto bulle en ellos.
Pues Dios salvará a Sión
y reconstruirá los poblados de Judá:
la habitarán y la poseerán,
la estirpe de sus servidores la heredará,
los que aman su Nombre vivirán en ella.