Aunque el ser humano es, como comentamos hace unos días, en esencia un ser en peregrinación, en camino, por otra parte siente la necesidad de encontrar un lugar de descanso, un oasis de paz para tomarse su tiempo.
A este lugar le podemos llamar, el templo.
Algunos habrán hecho la experiencia de una larga caminata. ¿Qué sienten al llegar a la meta?
Paz, serenidad, alegría, optimismo.
Ese templo material es tu corazón, tu interior. Es como regresar a casa.
Cuando llegas cansado del trabajo, de las tareas de cada día, de los esfuerzos por encontrar tu camino…, busca al final del día, como ya lo hiciste al amanecer, el templo, tu hogar para relajarte y descansar.
En ese ambiente de serenidad y silencio tu alma respira, descansa.
No lo olvides, no tendrás paz verdadera y duradera hasta que encuentres a Dios en tu corazón, en el templo, y hagas una experiencia de diálogo con él.
Feliz día, un día más para agradecer y caminar al templo de la paz.
SALMO 84-83
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!