La paz, la paz es como un anhelo que se multiplica de forma progresiva a medida que nos acercamos a la celebración de la Navidad.
La paz, la paz es tan deseada….
Ella llega después de la «guerra», se conquista, no viene sola, ni llega para los que están sentados sin hacer nada.
Es una «guerra» sin cuartel, contra los «enemigos», de los que hemos hablado en varias ocasiones. Enemigos escurridizos, sutiles, embaucadores… como la venganza, el odio, el rencor, la envidia, los celos…
Al tiempo que nos acercamos a un tiempo que identificamos con la Paz, deja rosas que otros puedan ir oliendo e incluso ir recogiendo cuando pasan a nuestro lado, son pétalos, como la compasión, la sonrisa, una palabra amable, misericordia…, pétalos que juntos forman la rosa de la paz que deja buen olor y color por donde pasas.
Feliz día, sembrador de Paz.
Salmo 143, 1-10
Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;
mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?
¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende,
toca los montes, y echarán humo,
fulmina el rayo y dispérsalos,
dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.