
Es muy fuerte el tormento que sufre el espíritu cuando se encamina por lugares equivocados.
El salmo los describe de forma espléndida. Es tan fuerte ese suplicio espiritual que llega hasta el cuerpo y lo enferma, pero no solo enfermarlo sino que hasta “consume los huesos”.
Pues bien, cuando uno reconoce lo que ha hecho, cuando despierta y se da cuenta de que está errado, los cambios son radicales y sustanciales.
Rodeado de la misericordia de Dios, el tormento se convierte en paz y alegría.
La confesión sincera, la aceptación de los males que uno hace purifica y libera el tormento del alma. No hay peor sufrimiento que ese aquí en la tierra, si lo tienes libérate de él cuanto antes. Rodéate de la misericordia de Dios.
Paz y misericordia en tu corazón, hasta mañana.
Salmo 32-31
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.
Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
— Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.
No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.
Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.
Muchas gracias! Muy bueno!