La belleza en el mundo antiguo
No queremos ser exhaustivos y hacer un estudio para eruditos sobre la belleza en la historia. Para el objetivo de nuestro trabajo bastará con dar unas pinceladas que nos muestren que la belleza es algo tan propio del ser humano, que en la historia es un tema recurrente y que está presente ya en algunos grandes pensadores de la antigüedad.
En los griegos
Una de las cualidades más valoradas en el pensamiento griego era la belleza, y está relacionada con las distintas representaciones que ellos hacían de la divinidad. El griego era un hombre de conquistas por tierra y por mar. Las inmensas costas e innumerables islas que recorría lo convertían en un buscador de nuevos mundos, nuevas culturas, nuevas soluciones. Era un aventurero que exploraba y, por ello, salía al mar al encuentro de la novedad. Así recorrió el Mediterráneo y se relacionó con culturas de otros pueblos, con los egipcios y con los persas. Grecia creció en contacto con otras civilizaciones y se enriqueció grandemente en el campo de las ciencias, desde la medicina hasta de la astronomía. En el siglo V a. de C., los griegos empezaron a dar nombres a los nuevos descubrimientos científicos y culturales. Este es el motivo por el cual muchas palabras que todavía hoy utilizamos tienen su origen y su raíz en el idioma griego.
Entre éstas, está la palabra “cosmos”. Al universo con el que se iba encontrando en las diversas aventuras por tierra y mar el griego lo denominó: “cosmos”. “Cosmos” es el orden, la armonía. Al griego le gustaba la proporción.
Las manifestaciones artísticas griegas buscaban imitar y copiar lo que veían en el cosmos. Por verlo tan maravilloso, deseaban plasmarlo en sus obras de arte. E intentaban que sus esculturas, pinturas y construcciones fueran proporcionadas y armoniosas; porque veían al cosmos bello, ordenado, armonioso y proporcionado.
Desde entonces hasta hoy han corrido siglos y la palabra “cosmética” todavía resuena en el lenguaje de actual y nos evoca aquellos tiempos. “Cosmética” define a los productos que adecentan y embellecen el cuerpo deteriorado por el tiempo, las heridas o la enfermedad. Pues bien, esa palabra tiene su origen en la griega “cosmos”, que, como decíamos, significa ‘orden, belleza, adorno’.
Al hombre griego lo asombraba la belleza y la veía en el cosmos. ¡Qué bello y adornado, qué lindo es el universo!
En los romanos
Los romanos recibieron la herencia griega y conservaron el concepto anterior de “cosmos” como belleza, pero lo adaptaron a los tiempos en que vivían.
El romano era mucho más terrenal y pragmático que el griego. Era viajero y aventurero a causa de las conquistas en las que se veía envuelto, pero al regresar a Roma lo hacía admirado por lo que había visto. El mundo que había descubierto le parecía maravilloso. Y definió eso que había visitado y que lo había hechizado en sus recorridos por el vasto imperio el romano con la palabra “mundus”, palabra latina que significa ‘limpio’.
El mundo es lo limpio, y lo limpio es bello. El cosmos, para el romano, se convirtió en “mundo”, limpio. El mundo es contrario a la in-mundicia, a lo sucio. El hombre romano había mirado, había observado el cosmos y había visto que todo estaba como el primer día de la Creación, y lo llamó “mundo”. Y éste es limpio y, por tanto, hermoso y bello.
Comparación con la actualidad
Sin embargo, si nuestra mirada salta varios siglos y se para en el siglo XXI, quizá nos demos cuenta de que la realidad el mundo del que hablaban los antiguos está cambiando. Aquel “cosmos” de los griegos y aquel “mundo” de los romanos se han convertido en un gran parque de asfalto, cemento y artificio. Muchas ciudades no son más que un espejismo de humo y contaminación en la que no se puede observar el mundo, sino lo in-mundo. Apenas si podemos admirar un parque natural y, cuando lo encontramos, puede que sea un lugar de difícil acceso, porque está súper protegido. El resto de los parques en los que los niños juegan y se divierten son artificiales, apenas hay cosmos, o mundo, todo es obra y gracia de las manos de los hombres. Ahora pienso en los cumpleaños de los niños de occidente metidos en un local cerrado con refrescos de todas clases y rodeados de una inmensidad de juegos y juguetes de plástico.
Lo antiguos tenían la capacidad de admirarse de lo que veían y tocaban. Hoy muchos niños conocen la realidad a través de los medios de comunicación, no por contacto directo. Antes, nuestros antepasados asomados al universo se asombraban de su equilibrio, de su armonía, de su limpieza. Este asombro era producto de hallarse frente a una teofanía, una manifestación de lo divino. Por el contrario, nosotros, hombres evolucionados del siglo XXI, salimos a dar vueltas y vemos “in-mundo” el parque, el mar, los ríos, la montaña… Porque están contaminados o simplemente no existen para nosotros, porque ni los miramos. Ahora ya no nos asombramos, porque todo lo que queremos conocer y saber esta al alcance de cualquier aparato llamado computadora o televisión. Los primitivos decían: «Cosmos» (¡qué armonía!); «Mundos» (¡qué limpieza!, ¡qué pureza!)… Podían contemplar, admirar, y sabían estrenar las cosas. Los modernos decimos: «¡Qué capacidad tiene!, ¡qué velocidad!, ¡qué máquina más potente!». Los niños juegan con perros que no muerden, vacas que no pastan y gatos que no orinan. Y duermen abrazados a dinosaurios que ya no existen.
Antiguamente, el contacto con la naturaleza era algo sagrado que abría a la trascendencia. Si se desencadenaba una tormenta, era Dios quien lo había decidido. Si llovía, era Dios quien hacía llover. La referencia a Dios, que actuaba en la naturaleza, era algo constante. Lee los libros del Antiguo Testamento. Verás que los autores comunicaron, a través de los mitos, lo que veían en el “cosmos”, en el “mundo”.
Los modernos, por el contrario, tendemos a analizar y cuantificar todo con el lenguaje científico. Miramos el satélite para saber si hará buen o mal tiempo. Podemos saber con días de antelación si hará frío o calor. Todo ello es positivo y tenemos que agradecer el avance de la ciencia. Pero este avance le ha hecho olvidar al hombre moderno el sentido sagrado de la vida. Detrás de cada descubrimiento del ser humano están la inteligencia y la voluntad que fueron creadas por Dios. Nos olvidamos quién es la causa primera de todos los inventos y avances humanos, y éstos nos van separando cada vez más del Creador. Ya no pedimos a Dios el paraíso terrenal, porque nos creemos capaces de construir nuestro propio paraíso, incluso dando la espalda a Dios.
No sabemos si el paraíso terrenal, tal como lo relata la Biblia existió materialmente, pero para los antiguos existía, era el “mundo”, el “cosmos” en el que se sumergían como en un lago transparente. A nosotros, modernos, el paraíso terrenal nos parece una farsa, porque ese lago maravilloso, llamado “mundo”, “cosmos”, es cada día más turbio, más lejano.
Afortunadamente todavía quedan poetas del amor que nos invitan a tener una mirada más humana, más fraternal hacia la naturaleza, porque en ella se refleja el amor del Creador. A estos poetas los llamaremos: místicos.
Del libro DIOS Y LA BELLEZA, de MEIRIÑO FERNÁNDEZ G., editorial De Oriente a Occidente.
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