Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. (…) Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré».
+++
Y llegamos al final del salmo; del salmo de los ocho versos(7+1 haz clic aquí).
A pesar de todos sus esfuerzos el salmista termina sintiéndose una oveja descarriada y acude a la misericordia de Dios. Nadie es perfecto. Nadie, solo Dios. Por eso acude a su misericordia. Para conocer la misericordia de Dios, primero tenemos que practicarla con nosotros mismos (esto no es lo mismo que el victimismo, es todo lo contrario), para luego ejercitarla con los demás, solo así podremos entender en alguna medida la misericordia de Dios.
Empieza hoy mismo a practicar la misericordia contigo y con los demás.
Que su mano nos auxilie, porque –jaculatoria para hoy– ¡No, no olvido tus mandatos!
Paz y bien. Bendiciones.
Salmo 118 XIX
T
Llegue mi clamor a tu presencia, Señor,
instrúyeme con tu palabra.
Llegue mi súplica a tu presencia:
líbrame según tu promesa.
Brote de mis labios la alabanza,
pues me enseñaste tus normas.
Proclame mi lengua tu promesa
pues todos tus mandatos son justos.
Que tu mano me auxilie,
pues he elegido tus decretos.
Anhelo tu salvación, Señor,
tu voluntad es mi delicia.
Que yo viva para alabarte;
que tu mandamiento me auxilie.
Si me extravié como oveja descarriada,
busca a tu siervo.
¡No. No olvido tus mandatos!
***
¿Ya conoces nuestro canal de YouTube? ¡Suscríbete
Quizás te interese también,