Valeriana Discoidea tranquilidad para el cuerpo y para la vista, imagen de archivo deoao.org

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: « Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
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El ser humano tiene algo de infante, aunque cumpla cien años. Pasan los años y puede que a ti también te quede esa reliquia de niño-a que parece que nos sigue el resto de la vida, por muchos años que cumplamos.
Ese “resto infantil” por decirlo así quizás nos ayude a entender este salmo y algunas situaciones difíciles de nuestra existencia.
¿Quién no ha pasado por momentos de dificultad, de pruebas, de desolación?
Pues bien, cuando estés en esa situación recuerda lo que dice el salmo de hoy, por mucho que pase yo confío en Dios y por la mañana me levantaré como nuevo, dando gracias a Dios y encarando la vida con fe, con confianza, con fuerza… y así se siente uno cuando es niño, necesitado, abandonado y acude a sus papás; tú llama a tu Papá Dios.
Y para ello pide con esas mismas actitudes guía a Dios, tu Papá.
No sé si desaparecerán completamente las tribulaciones y las causas que la provocan lo que sí sé es que tu actitud será distintas y te afectarán mucho menos.
Así dice el salmo, que puede servirte de jaculatoria: “En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti.
O también: Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a ti
Pasara lo que “haya pasado”, ayer; hoy, es otro día y es hermoso empezar la jornada de  forma distinta.

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Este salmo es una oración de desesperación y súplica en la que el orante, consciente de su fragilidad y del poder de sus enemigos, clama a Dios por ayuda y guía. Reconociendo su dependencia total en la misericordia divina, pide ser liberado de la angustia y guiado por el camino correcto, confiando en la fidelidad y bondad de Dios.
Buen día amigo-a, hay quien guía tu camino. Hasta mañana.

Salmo 142

Señor-Adonai, escucha mi oración;
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed ti como tierra reseca.

Escúchame enseguida, Señor-Adonai,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti;
indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor-Adonai,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor-Adonai, consérvame vivo;
por tu clemencia, sáname de la angustia.

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