Los cantos de alabanza a Dios y a su nombre son frecuentes en la liturgia y en la relación con Dios. Ahora bien, cuando damos gloria al nombre de Dios a El no le añadimos nada, no le “vendemos” el favor. Acostumbrados, como estamos acá en el mundo que nos movemos, a alabar a alguien para conseguir algo de él, con Dios no es eso, no es eso…,
El no necesita nuestra alabanza, cuando la hacemos, los que «ganamos» somos nosotros pues reconocemos nuestra dignidad de hijos de Dios y quienes crecemos somos nosotros.
Por otra parte al alabarlo no lo haces solo, sino que te unes al universo, a la creación entera, alabar es una oración cósmica.
Decreto: Alabado sea el nombre de Dios.
Hasta mañana, Paz y Bien
Salmo 147
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo todos sus ángeles,
alabadlo todos su ejércitos,
Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.
Alabadlo, espacios celestes,
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alabad el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.
Les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.
Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar.
Rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes.
Montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros.
Fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo.
Los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños.
Alabad el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.
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Gracias, Tiqui, paz y bien.
Felicitaciones y bendiciones