
La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. «¿Quién es éste?» decían.
«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
Estructuramos este salmo en tres partes.
La primera parte de este salmo es un Canto de lamentación en la que vemos cómo Dios, a pesar de la súplica de una persona moribunda, se mantiene distante, silencioso. Todos lo dan por muerto, por vencido, porque Dios lo ha abandonado. Así nos sentimos en ocasiones: Dios parece lejano y silencioso.
Se describe el sufrimiento del justo perseguido y abandonado, pero también su profunda confianza en Dios. En el contexto del Domingo de Ramos, podemos verlo como una anticipación del sufrimiento que Jesús aceptará libremente tras la aclamación inicial. La sensación de soledad y el clamor a Dios resuenan con la entrega de Jesús a la voluntad del Padre.
Jesús oró estando en la cruz, con una de las frases de este salmo que puede servirte de Jaculatoria: Dios mío, Dios mío porqué me has abandonado.
O también: No te alejes de mí.
Paz y bien, bendiciones.
Salmo 21 A
¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?,
¿por qué estás ajeno a mi grito,
al rugido de mis palabras?
¡Dios mío, te llamo de día y no respondes,
de noche y no hallo descanso;
aunque tú habitas en el santuario,
gloria de Israel.
En ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo;
a ti clamaban y quedaban libres,
en ti confiaban y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre:
vergüenza de la humanidad, asco del pueblo;
al verme se burlan de mí,
hacen muecas, menean la cabeza:
Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,
que lo libre si tanto lo ama.
Fuiste tú quien me sacó del vientre,
me confiaste a los pechos de mi madre;
desde el seno me encomendaron a ti
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro se acerca y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
toros de Basán me cercan;
abren contra mí sus fauces:
leones que descuartizan y rugen.
Me derramo como agua,
se me descoyuntan los huesos;
mi corazón, como cera,
se derrite en mi interior;
Mi garganta está seca como una teja,
la lengua pegada al paladar.
¡Me hundes en el polvo de la muerte!
Unos perros me acorralan,
me cerca una banda de malvados.
Me inmovilizan las manos y los pies,
puedo contar todos mis huesos.
ellos me miran triunfantes:
se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica.
Pero tú, Señor-Adonai, no te quedes lejos,
Fuerza mía, ven pronto a socorrerme;
libra mi vida de la espada,
mi única vida, de las garras del mastín;
sálvame de las fauces del león,
defiéndeme de los cuernos del búfalo.
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