Jesús les dijo a sus discípulos: Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
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Esta es la primera parte del Salmo 21 muy conocido porque de él toma la afirmación Jesús cuando está en la Cruz: «Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado«.
Muy conocido también porque este sentimiento refleja muchas veces lo que el ser humano siente, abandonado. Dios parece lejano y silencioso.
¿Qué pasa con la muerte, con las pandemias, los abusos, las injusticias….?
El ser humano en su evolución ha se sumergirse en esta situación para evolucionar, para crecer. Es una emoción que necesita pasar para crecer. El Abandono.
Jaculatoria: Dios mío, Dios mío porqué me has abandonado.
Hoy fiesta de Don Bosco, el fundador de los Salesianos, haz clic A Q U Í.
Escúchalo o léelo, elige:
Salmo 21 A
¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?,
¿por qué estás ajeno a mi grito,
al rugido de mis palabras?
¡Dios mío, te llamo de día y no respondes,
de noche y no hallo descanso;
aunque tú habitas en el santuario,
gloria de Israel.
En ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo;
a ti clamaban y quedaban libres,
en ti confiaban y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre:
vergüenza de la humanidad, asco del pueblo;
al verme se burlan de mí,
hacen muecas, menean la cabeza:
Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,
que lo libre si tanto lo ama.
Fuiste tú quien me sacó del vientre,
me confiaste a los pechos de mi madre;
desde el seno me encomendaron a ti
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro se acerca y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
toros de Basán me cercan;
abren contra mí sus fauces:
leones que descuartizan y rugen.
Me derramo como agua,
se me descoyuntan los huesos;
mi corazón, como cera,
se derrite en mi interior;
Mi garganta está seca como una teja,
la lengua pegada al paladar.
¡Me hundes en el polvo de la muerte!
Unos perros me acorralan,
me cerca una banda de malvados.
Me inmovilizan las manos y los pies,
puedo contar todos mis huesos.
ellos me miran triunfantes:
se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos,
Fuerza mía, ven pronto a socorrerme;
libra mi vida de la espada,
mi única vida, de las garras del mastín;
sálvame de las fauces del león,
defiéndeme de los cuernos del búfalo.
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