En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó, y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
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El salmista pasa de cierta impaciencia, –porque le parecía que Dios no le escuchaba–, a una oración más confiada porque se da cuenta de que Dios sí está atento a su voz.
Suele pasar, el ser humano pide y pide, para «ahora mismo», para cuando él considera oportuno. Dios, –tal y como lo muestra el salmo de hoy– es paciente, no tiene prisa, escucha y da siempre lo mejor a sus hijos. Cuando estos están atentos y entienden nace la confianza.
La Confianza es necesaria para caminar en el Camino de la Mística.
Jaculatoria: El Señor-Adonai es mi fuerza y mi escudo: en él confía mi corazón
o también: Levanto las manos hacia tu Templo Sagrado
Hasta mañana, paz y alegría
Escúchalo:
Salmo 27
A ti, Señor-Adonai, te invoco.
Roca mía, no te hagas el sordo;
que si enmudeces seré como
los que bajan al sepulcro.
Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando levanto las manos
hacia tu templo sagrado.
No me arrastres con los malvados,
ni con los malhechores:
saludan con la paz al prójimo
y con malicia en el corazón.
Dales lo que merecen sus obras
y la maldad de sus actos,
dales según la obra de sus manos,
devuélveles lo que se merecen.
Como no entienden las proezas de Dios,
ni la acción de sus manos,
¡que él los derribe y no los reconstruya!
¡Bendito sea el Señor-Adonai
que escuchó mi voz suplicante!
El Señor-Adonai es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón.
Me socorrió y mi corazón se alegra;
le doy gracias con mi cántico.
El Señor-Adonai es mi baluarte y refugio,
el salvador de su Ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
guíalos y sostenlos siempre.
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