
El salmista pasa de cierta impaciencia porque parece que Dios no le escucha, a una oración más confiada porque se da cuenta de que Dios sí está atento a su voz.
Suele pasar, el ser humano pide y pide, para ahora mismo, para cuando él considera. Dios es paciente escucha y da siempre lo mejor a sus hijos. Cuando estos están atentos y entienden nace la confianza. Ora con más confianza. Sin ella, sin la confianza, la oración es débil, se marchita. Hasta mañana, paz y bien
Salmo 28 (27)
A ti, Señor, te invoco.
Roca mía, no te hagas el sordo;
que si enmudeces seré como
los que bajan al sepulcro.
Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando levanto las manos
hacia tu templo sagrado.
No me arrastres con los malvados,
ni con los malhechores:
saludan con la paz al prójimo
y con malicia en el corazón.
Dales lo que merecen sus obras
y la maldad de sus actos,
dales según la obra de sus manos,
devuélveles lo que se merecen.
Como no entienden las proezas de Dios,
ni la acción de sus manos,
¡que él los derribe y no los reconstruya!
¡Bendito sea el Señor
que escuchó mi voz suplicante!
El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón.
Me socorrió y mi corazón se alegra;
le doy gracias con mi cántico.
El Señor es mi baluarte y refugio,
el salvador de su Ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
guíalos y sostenlos siempre.