En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
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El salmo trata un tema polémico: la enfermedad y su relación con el pecado. El dolor físico, la enfermedad, tiene -según el salmista- una doble causa: por una parte Dios, «enojo» y, por otra la del poeta, «mi pecado».
Hasta tal punto que se siente totalmente agotado físicamente, en esta primera parte.
Dolor, enfermedad, no los escondas, míralos cara a cara…, ponlos a los pies de Jesús, déjalos caer sobre la tierra que pisas…,
Decreto: Señor mío, mis lamentos están ante ti.
Paz y bien. Mañana seguimos con este salmo.
Hoy es la fiesta de San Pedro y san Pablo, cimientos apostólicos del cristianismo.
Léelo o escúchalo:
Salmo 37 A
Señor, no me reprendas con ira,
no me corrijas con furor.
Tus flechas se me han clavado
y tu mano pesa sobre mí.
No hay parte ilesa en mi cuerpo,
a causa de tu enojo,
no me queda un hueso sano,
a causa de mi pecado.
Mis culpas sobrepasan mi cabeza;
como fardo pesado gravitan sobre mí.
Hieden mis llagas podridas,
a causa de mi insensatez.
Estoy encorvado, profundamente abatido,
todo el día camino sombrío.
¡Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi cuerpo!
Agotado, totalmente aplanado,
rujo y bramo en mi interior.
Señor mío, mis lamentos están ante ti,
no se te ocultan mis gemidos.