Flores en la primavera de Galicia España. Imagen de Paula González Meiriño

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».
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El ser humano se siente desvalido, necesitado. Como ser finito se siente superado por muchas realidades.
El salmista, a pesar de haber manifestado en la primera parte (el salmo que leímos ayer) su confianza en Adonai (el Señor), a veces se desalienta, ante ciertas circunstancias que le superan, e insiste en que necesita de Dios para salir adelante.
El desaliento es humano. Salir cuánto antes de él, es humano y de valientes.
Jaculatoria: Adonai (el Señor)  cuida de mí.
Léelo o escúchalo:

Paz y Alegría.

Salmo 39 B

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.

No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea.

Tú, Señor, no me cierres tus entrañas,
que tu misericordia y tu lealtad
me guarden siempre,
porque me cercan desgracias sin cuento.

Se me echan encima mis culpas,
y no puedo huir;
son más que los pelos de mi cabeza,
y me falta el valor.

Señor, dígnate librarme;
Señor, date prisa en socorrerme.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación.

Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor  cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes.

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