En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: « Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.»
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Lejos del Templo, por tanto, lejos de Dios, en el exilio, el salmista vive una sequedad mortal y se alimenta de la salobre agua de las lágrimas y los recuerdos del pasado. El salmo es un desahogo para el dolor y el sufrimiento que brota de estar lejos de la presencia de Dios y siente su nostalgia. Al final, unas gotas de consuelo y de unguento en forma de esperanza.
Decreto: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo
o esta otra: Como busca la cierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Paz y Bien, hasta mañana.
Paz y bien. Léelo o escúchalo:
Salmo 41
Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de mi Dios?
Las lágrimas son mi pan
de noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»
Recuerdo otros tiempos,
mi alma desfallece de tristeza:
como marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilos y alabanzas,
en el bullicio de la fiesta.
¿Porque te acongojas, alma mía,
porque te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo:
«salud de mi rostro, Dios mío».
Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo, desde el Jordán y el Hermón
y el monte Menor.
Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.
De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía
¿por qué me olvidas?
¿Por que voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?
Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?»
¿Por que te acongojas, alma mía,
por que te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»
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