«José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo«.
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La persona mala tiene en este salmo un retrato espectacular: sin penalidades, sin fatigas, orgullosos y violentos, presuntuosos y opresores, rebosantes de felicidad, se burlan de los hombres e incluso de Dios; arrastran tras de sí a otros, despreocupados y acumulan riquezas.
Y de ahí nace el dilema, por una parte: ¿por qué esforzarse en ser bueno? pero por otra si uno se comporta como ellos traiciona a sus hermanos…
El salmista se eleva y enfoca la situación con miras altas: entrando el misterio de Dios y… «comprendió».
Jaculatoria: Entré en el misterio de Dios y comprendí…
Paz y bien. Feliz jornada.
Salmo 72 B
Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?
Si yo dijera: «Voy a hablar como ellos»,
renegaría de la estirpe de tus hijos.
Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.
Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.
Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.
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