Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
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El salmista presenta a tres grandes protagonistas: ellos (los gentiles), nosotros (el pueblo elegido) y Tú (Dios).
Ellos, los gentiles, nuestros vecinos: invaden y profanan, reducen a ruinas lo sagrado, destruyen, convierten en pasto lo que era nuestro, asesinan y dejan los cuerpos sin sepultura, se burlan de nosotros sin piedad…
Tú, oh Dios, estás enojado (pero no para siempre, te lo pedimos). Clamamos por tu socorro, tu liberación y tu perdón. Imploramos justicia, que escuches nuestros lamentos, que vengues la sangre derramada de tus siervos y ejerzas tu juicio, aplicando la ley de Talión, incluso multiplicado siete veces.
Nosotros, tu pueblo, somos tus siervos, fieles pero abatidos. Nos convertimos en objeto de burla entre las naciones. Somos pecadores como nuestros padres, cautivos, humillados y asesinados. Pero seguimos siendo tu pueblo, las ovejas de tu rebaño.
Si Tú, oh Dios, dejas tu enojo y nos respondes desde tu ternura infinita, ellos serán abatidos, y nosotros te daremos gracias con un corazón renovado. Cantaremos tu gloria de generación en generación.
Decreto: Que tu compasión nos alcance pronto.Paz y Alegría, feliz jornada.
Escúchalo:
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Salmo 78
Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.
Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y a la carne de tus fieles a las fieras de la tierra.
Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Va a arder como fuego tu cólera?
No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
Socórrenos, Dios salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre.
¿Por qué han de decir los gentiles:
«Dónde está tu Dios»?
Que a nuestra vista conozcan los gentiles
la venganza de la sangre de tus siervos derramada.
Llegue a tu presencia
el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso,
salva a los condenados a muerte.
Mientras, nosotros, pueblo tuyo,
ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
cantaremos tus alabanzas
de generación en generación.
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