salmo 82 meirino gumersindo
imagen de archivo deoao.org

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
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¡Qué difíciles son de entender algunos salmos!– me repites con frecuencia
Pues sí, y este es uno de ellos. Por eso muchas veces la respuesta más adecuada es el Silencio. Dios «habla» en muchas ocasiones con sus silencios. Estáte atento hoy, e interpreta “los silencios de Dios” y descubre la bondad, a veces, escondida detrás de miles de ropajes materiales.
Puedes repetir este mantra-jaculatoria que Samuel (1 Sam 3, 1-10), el profeta, respondió a la Voz que le hablaba: «Habla Señor que tu servidor escucha«.
o también esta del salmo de hoy: «Señor, no te estés callado«.
Bendiciones, hasta mañana.

Salmo 82 

Señor, no te estés callado,
en silencio e inmóvil, oh Dios;
mira que tus enemigos se agitan
y los que te odian levantan la cabeza;

traman planes contra tu pueblo,
se conjuran contra tus protegidos.
Dicen: «Vamos a aniquilarlos como nación,
que el nombre de Israel no se pronuncie más».

Están de acuerdo en la conjura,
hacen liga contra ti: los beduinos, idumeos, ismaelitas,
moabitas y agarenos, Biblos, Amón,
Amalec, los filisteos con los tirios;
también los asirios se aliaron con ellos
y prestaron refuerzos a los hijos de Lot.

Trátalos como a Madián, como a Sísara, como a Yabín,
junto al torrente Quisón:
que fueron aniquilados en Fuendor
y sirvieron de estiércol para el campo.

Trata a sus príncipes como al Cuervo y al Lobo,
a sus capitanes como a Zebá y a Salmaná,
que arengaban: «Conquistemos las vegas fértiles».

Dios mío, vuélvelos hojarasca, vilanos frente al vendaval;
como fuego que prende en la maleza,
como incendio que abrasa los montes,
persíguelos así con tu tormenta,
atérralos con tu huracán.

Cúbreles el rostro de ignominia,
para que te busquen a ti, Señor;
abrumados de vergüenza para siempre,
perezcan derrotados;
y reconozcan que te llamas Señor,
que tú eres el Soberano de toda la tierra.

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