En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir»
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Aunque el ser humano es, –como comentamos hace unos días–, en esencia un ser en peregrinación, en camino; por otra parte siente la necesidad de encontrar un lugar de descanso, un oasis de paz para tomarse su tiempo. A este lugar le podemos llamar, el templo. Ese templo material es tu corazón, tu interior. Es como regresar a casa, al hogar, donde vive Dios, donde te encuentras con El, donde conversan, donde descansas, donde retomas las fuerzas… De ahí que el salmo dé tanta importancia a vivir en la casa de Dios, en el Templo. Feliz día, bendiciones.
Salmo 83
¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación:
Cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones, caminan de altura en altura hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica; atiéndeme, Dios de Jacob. Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo, mira el rostro de tu Ungido.
Un sólo día en tu casa vale más que otros mil, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria, el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!
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