
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
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El universo habla, la naturaleza habla, los demás te hablan, todo habla…, Dios se comunica constantemente…, pero en “corazón duro”, como dice el refrán popular “no entra bala”.
Si encuentras una persona que sabe escuchar, has encontrado un amigo. ¡Escucha!
Puede ser esta jaculatoria: “Ojalá escuchéis hoy su voz“.
Hasta mañana, paz y bien
Salmo 94
Venid, aclamemos al Señor-Adonai,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor-Adonai es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor-Adonai, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.»
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»
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