Cada ocho de diciembre celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, la madre de Jesús. Lo que viene a decir la doctrina católica es que ella, no tuvo ningún pecado, ni siquiera el pecado original, con el que nace todo ser humano. Por ello es un ser excepcional y único.
Más allá de las doctrinas y dogmas, la presencia de María Inmaculada es constante a través del arte, de la pintura, de la escultura, de la música… Es como si su imagen fuera parte de nuestra piel cultural, incluso más allá de la religión y de las controversias históricas y teológicas de esta figura. Es fácil levantar la vista en muchas ciudades y rincones para encontrarse con la imagen de alguna “Inmaculada”.
Ciertas situaciones de la existencia humana provocan dolor, sufrimiento, abatimiento. Pues María, -la Purísima como se le dice cuando se le reconoce sin mancha alguna- es la presencia que reconforta a muchas personas en esos momentos. Es solo levantar los ojos y el corazón y sentir su presencia.
Ciertos momentos de la vida de cada día, son alentadores, alegres, felices, esperanzadores. Pues María, -la “llena de gracia” como se le dice también como consecuencia de su inmaculada concepción- con su presencia comparte y participa en esas alegrías que, cuando son humanas y plenas, son discretas, profundas y se expanden sin grandes ruidos.
Vivimos en el mundo del espectáculo, del ruido y la velocidad. Muchas personas son poco más que un número en las masivas ciudades en las que, más que movernos, corremos de un lado para el otro. De pronto, los medios sociales sacan a algunas de ese anonimato y las colocan en la vitrina, en el escaparate, en muchas ocasiones casi de forma cruel.
No es el espectáculo el que nos da la felicidad y la grandeza. La sociedad se mantiene en pie y crece apoyada en sólidos pilares que la sostienen que son esas personas sencillas y discretas; trabajadoras y humildes. Son “personas pilares”, son sillares sobre las que se construye el mundo, las grandes obras. Por eso la mayoría, con mucha facilidad se identifica con María, con su presencia dulce y materna, discreta.
Los que reconocen la presencia de María se acomodan bajo su manto, sienten un calor dulce y tierno, en forma de viento suave que da paz y esperanza, en todas las circunstancias de la existencia humana. Por eso no pueden dejar de celebrar su fiesta, porque reconocen –no solo en lo externos y cultural, sino en el corazón- la presencia de María Inmaculada.
En vídeo:
Oración a María Inmaculada Concepción
Oh María, Inmaculada Concepción, madre de Jesús, te admiramos pura, limpia y transparente, agradecemos tu presencia en nuestras vidas. Con ella recuerdas que hemos venido al planeta tierra a “dar a luz”, -como hiciste tú- obras limpias, puras, llenas de amor que construyan un mundo de paz, alegría y esperanza. Gracias María, de corazón Inmaculado, porque eres el espejo -que al reflejar nuestra existencia-, nos alientas a seguir trabajando en el respeto al otro, a la naturaleza, a nosotros mismos y a purificar lo que manchamos con nuestros errores y confusiones.
Gracias, María Inmaculada. Amén.
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