El misterio de las coincidencias y las relaciones espirituales

Amistad más allá de lo temporal (los ángeles hablan)
Más allá de lo que se ve
Una amistad más allá de lo temporal
¿Hay en tu vida coincidencias tan difíciles de explicar que rozan lo mágico? ¿Has tenido relaciones que surgieron de un modo inesperado, casi inexplicable? ¿Mantienes conexiones con personas con las que, a pesar de no cruzarte ni hablar durante años, sientes un vínculo que el tiempo no desgasta?
Un mensaje inesperado
Hoy me comuniqué con mi amigo Aqui para saber de su recuperación tras una intervención quirúrgica. En su respuesta, me comentó que acababa de asistir al funeral de una religiosa del Divino Maestro y, acto seguido, me envió la esquela. Mientras mis ojos recorrían el papel, elevé una oración por el descanso de Esther en otras dimensiones.
Pero entonces leí el nombre completo.
¿De quién? ¿De María Esther Meiriño?
El primer hilo: Una carta a la selva
Cuando tenía unos doce años y era estudiante en el Seminario Menor de Ourense –en el que Aqui era Director espiritual–, nos ofrecieron escribir una carta a algún misionero ourensano de los muchos esparcidos por el mundo. Nos dieron una lista. La miré con atención y, sorprendentemente, elegí a una misionera que compartía mi apellido. Una “monjita” que trabajaba en la selva venezolana, llamada –sí, sí, la misma– María Esther Meiriño.
Escribí la carta. Al tiempo, recibí una amable y cordial respuesta. Le contaba mis pequeños dramas de adolescente en el seminario, y ella me describía los colores y sonidos de la selva venezolana, el rostro de los niños a los que enseñaba. Eran dos mundos unidos por el hilo frágil de un sobre. Así, durante unos años, fuimos intercambiando correspondencia, un vínculo lento y tangible en una época sin internet ni WhatsApp. Hasta que, con el tiempo, aquella comunicación cordial se fue enfriando.
El reencuentro
El tiempo pasó, y la vida, con sus misteriosos designios, me llevó como uno de mis primeros destinos a la parroquia de San Cristovo de Cea. Y fue allí, en la tierra de nuestros ancestros, donde por fin la conocí en persona. A María Esther le habían permitido regresar durante unos años para cuidar a su madre anciana en Fondo de Cea —el pueblo de mi padre y, casualmente, el lugar donde ella misma había nacido.
La traté durante aquellos meses. Su presencia era discreta, tranquila; una persona piadosa, sencilla y de una gran timidez, sin dejar de ser cercana. Era como si, después de tantas cartas, el universo nos concediera un breve y sereno encuentro para sellar en el mundo físico un vínculo que ya parecía que existía en otro plano.
La despedida… terrenal
Después, la vida volvió a distanciarnos. Las noticias sobre ella fueron escasas y llegaban de forma intermitente, a través de breves comentarios de una de sus hermanas. Supe que había regresado por un tiempo a su amada selva venezolana, y que luego, ya cargada de años y achaques, había vuelto para siempre a su tierra, a Ourense.
Las preguntas que tejen la trama
Estas casualidades entrelazadas, estos hilos invisibles que el tiempo ha ido tejiendo, me plantean preguntas que resuenan en mi interior:
Sobre el azar y el destino:
¿Por qué, de entre varias decenas de misioneros, mi mirada se fijó en el único que compartía mi apellido? ¿Y por qué fue Aqui, mi director espiritual de la infancia, quien me mostró esa lista y, años después, quien casualmente me anuncia su partida?
Sobre la naturaleza de la conexión:
¿Será posible que tengamos vínculos en este planeta que son, sobre todo, de naturaleza espiritual, independientemente del trato que tengamos? ¿Podría ser María Esther un «anam cara», un alma amiga, como dicen los celtas? ¿Se puede cultivar una amistad profunda con alguien a quien apenas se ha tratado físicamente?
Sobre lo invisible:
¿Me estará queriendo decir algo mi ángel con estas coincidencias? ¿Habrán urdido este encuentro nuestros respectivos ángeles, siendo ellos los auténticos artífices de una amistad que trasciende el tiempo y la distancia?
La esencia de la Amistad del Alma
Todo esto me reafirma en lo que creo: creo en la amistad, y creo, sobre todo, en la Amistad del Alma. La vida me ha demostrado que es posible ser amigo de personas a las que la existencia mantiene físicamente lejos, pero en las que la distancia no logra apagar la llama de esa conexión, ni mucho menos arrancar sus profundas raíces.
Y esto nos lleva a la pregunta más misteriosa de todas: ¿cuál es el papel de los ángeles en todo esto? ¿Serán ellos los arquitectos silenciosos de estas amistades? ¿Los que tejen los hilos invisibles que nos llevan a cruzar miradas y a compartir caminos, en encuentros que etiquetamos de «casuales»?
¿A ti qué te parece? ¿Has sentido algo así?
Hasta pronto
¡Hasta pronto, María Esther! Aunque nuestro trato terrenal haya sido breve, nuestra amistad ha demostrado que algunas conexiones no se miden en tiempo, sino en intensidad; no en presencia física, sino en resonancia espiritual.
Por eso, no es un «adiós». Es un «hasta siempre». Seguiremos en contacto. ¡Sí, seguiremos!
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Como dijo un sabio….
¡MISTERIO…!
jejejejeje