Entonces Jesús les dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»»
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Seguimo con la segunda parte de este salmo. El pleito con Dios empieza ahora en primer lugar por la inutilidad de los sacrificios. A Dios no se le compra con limosnas, pequeñas ni grandes, ni con ofrendas, ni con oraciones. ¡No! Dios simplemente ya está de nuestra parte, por eso, cuando nos presentamos ante Él, la mejor forma es la Alabanza. ¿Salen de tu boca alabanzas?
Me preguntas:–¿En qué le afectan las alabanzas a Dios? Respondo: –Pues en nada, afecta a la comprensión de la realidad de quién las hace. (Sobre la alabanza y su necesidad te sugiero leer este artículo, haz clic aquí)
Dos jaculatorias a elegir:
Invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria.
O este:
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.
Bendiciones, hasta mañana.
Escúchalo léelo:
Salmo 49 B
«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
–yo, el Señor, tu Dios–.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»
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Señor… abro mi corazón y mis sentidos,
y Te Escucho…
Amén